viernes, 29 de junio de 2012

Un episodio esquizofrénico (El Inicio) - La Sentencia


Frida gracias por entender mis contradicciones: para ti...


La sentencia

Cuando el sol oscurece, el alma se va, pero vuelve cuando los loros, las palomas y una que otra ave canta al amanecer; o cuando tomo algunas pastillas… Mi alma, mi pensamiento, mi personalidad, mi ‘yo’ cambian sin que yo lo advierta, pues luego de un momento de felicidad, risas, besos, bromas y sentirme espléndida, vienen a mí la desesperación, el no saberme yo. Este sentimiento es comparable con el estupor sin afecto que domina a un niño al ser trasladado a un ambiente extraño. Es incomprensible, lo sé…

Ahora estoy embarazada, tendré un hijo.  El otro día fui  al médico a hacerme un chequeo y me dieron  la sentencia. Me levanté radiante, como  todas las mañanas, me duche, tomé un desayuno fuerte y me sonreí al espejo. Ya en  la clínica, a unos minutos de la cita (cuatro a cinco), un raro sentimiento de angustia, culpa ¾agraria como el café sin azúcar¾ invadió mi cabeza, se metió en mi pecho. Ya todo me resultaba molesto, el tiempo se detuvo y se fue como una liebre: todo sucedía muy rápido, todo sonaba muy fuerte en mis oídos. Escuchaba los pasos de la gente en la clínica, el pasar del segundero, el molesto sonido de la respiración de la enfermera, el latir de mi corazón, la frotación de muslo que se da la señora gorda a mi costado. “Tranquila, tranquila” ¾me dije y respiré fuerte: inhalación-exhalación¾. Miré hacia todos lados, para asegurarme de que todo marchase bien (mi respiración agitada): la secretaria, que parecía un fantasma, por su vestimenta blanca, me hixo recordar al terror de las agujas que tenía desde niña. Ahora,  la maldita sacaba un lapicero negro de su bolsillo —¡un lapicero negro!—.

Creí ver a la muerte salida de su bolsillo. Ese contraste de colores tan abrupta: el negro y blanco, me volvieron loca. Ella  estaba invocando la muerte, la estaba invocando para mí. Yo solo me defendí como pude…

 La cita no se llevó a cabo en la clínica, sino en el Hospital de Salud Mental Larco Herrera, en esas mismas paredes blancas que fueron mi vida por muchos meses que parecían años, años que ya no recuerdo, ni quiero hacerlo. Lo único que recuerdo son las palabras frías, característico de esos insensibles médicos con “muchos años de experiencia’’, susurrándole a Joaquín, mi esposo:
—Señor, su esposa tiene esquizofrenia aguda: una parte de su ‘yo’ se ha descompuesto, tiene que vivir medicada por algún tiempo, hasta que se cure—dictaminó con el aburrimiento de la rutina, el psiquiatra—. En lo que respecta al niño que viene en camino, tendrá que criarlo usted y quizás sea esquizofrénico también. Los medicamentos que debe comprar son…. (ya no me interesa saber qué más siguió, o cómo se dio inicio a mi infierno).

Aún tengo en la memoria el nacimiento de Joaquín, un 24 de marzo. Yo tenía mucho dolor en el vientre, ya no podía caminar del dolor. Los doctores, tontos y que creen saberlo todo, supusieron que me estaba dando un episodio y me ataron una camisa de fuerza. Yo me resistí, lloré, les dije que por favor no me hagan eso, que estoy a punto de dar a luz, que me duele. Ellos respondían incrédulos y fanfarrones, mientras me sujetaban como un animal: “todos dicen eso, espera, mamita, tranquila esto es solo un episodio, solo una inyección y dormirás”…

Me desperté de noche, tirada sin la camisa de fuerza y sin fuerzas en mí también. Había dado a luz ya, y mi esposo me tomaba de la mano. Él estaba despierto, viéndome dormir. Me contó que me doparon y me dejaron encerrada, con la camisa de fuerza, en ese cuarto blanco. Se olvidaron de mí, pensaron que estaba bien, pero una enfermera encargada de ver que todo marche bien (luego de tomarse un café) se sorprendió al ver que mi cuarto ya no era puramente blanco: ahora estaba manchado de rojo. Yo estaba sangrando dopada: la fuente que cobijó a Joaquincito se había reventado. Por suerte, aún estaban a tiempo.

Llamaron a mi esposo (él me dijo que estaba en medio de una entrevista) y ordenaron que inmediatamente me llevaran a la clínica. Todo eso ya no importa, ya soy madre, eso recomforta.

A mi lado derecho, como un peluche, tapadito y envuelto con la colcha de clínica, estaba Joaquincito. Se parecía a todos los bebés recién nacidos que había visto en mi vida: tenía la cara de pocos amigos, estaba dormido con los ojos pequeños e hinchados, como del quién ha llorado tanto hasta quedarse sin fuerzas, pero la inocencia es tanta. Su presencia creaba una atmósfera inofensiva: él dormido tan inofensivo y pequeño;  sabiéndose no sabiéndose santo: inocente. Y, al lado, Joaquín papá viéndome vivir. Él sabe que hay momentos íntimos mamá-hijo.
¡Qué genial!, seré la primera mujer que conozca a Joaquincito. ¡Qué bien!, le enseñaré a ser libre y honesto, sin que pierda los ojos de zorro ladino que debe tener ¡Eso sí, eso sí!...(Silencio)…¡Esperen! Yo no soy la primera mujer que conoce a Joaquín. Yo no… Fueron las hijas de su madre de esas enfermeras. Ellas iniciaron mi psicosis en el pasado y ahora me quitan el honor de ser yo ¾¡yo! ¾ la primera mujer que conozca a mi hijo. Odio que me arrebaten los sentimientos únicos y originales; odio no ser la primera mujer que conoce a mi hijo. La primera impresión que causa una mujer en un niño lo marca de por vida, yo no lo marqué por vez primera. Malditas enfermeras, malditas, ahh…
¾¿Mi amor, soy la primera mujer que conoce a Joaquín?¾ le pregunto en medio del silencio.
¾Mmmm, por supuesto¾ me guiña un ojo cariñosamente.
¾¿No me mientes? ¾ replico.
¾No, Raquel¾cambia su expresión: sonríe, me mira y el corazón ya se le sale por los ojos.
¾Es hermoso, de todas maneras se tiene que llamar Joaquín¾le digo mientras le acaricio la cara al bebé.
¾¿Estás bien, mi amor?
¾Sí, por qué no habría de estarlo¾digo sin dejar de pensar: quizás piense que estoy entrando en la etapa “amanerista”: cuando exagero y creo sentimientos; y quizás también piense que pasaré a la “psicosis.
¾Te quiero, gracias por estar aquí¾le digo y lo miro a los ojos¾Acércate, te quiero dar un beso.
¾Te extrañé¾me dice, se acerca un poco, me toma la mano, me besa y me dice al oído: “Ya pasó: los médicos dicen que estás casi curada. Dicen que confundieron algunos síntomas”
¿Confundir algunos síntomas?, ¡confundir!, maldita sea: ¿confundir? Como pueden decir que “se confundieron con algunos síntomas”. Qué poca respuesta para tan grande error: me dejaron encerrada con morfina inundándome las venas, a punto de dar a luz, ¿y me dicen que se confundieron?
¾Acércate un poco más mi amor¾le digo dando un suspiro. El se acercó un tanto       más y arranqué la oreja.

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