Frida gracias por entender mis contradicciones: para ti...
La sentencia
Cuando el sol oscurece, el alma se va, pero vuelve
cuando los loros, las palomas y una que otra ave canta al amanecer; o cuando
tomo algunas pastillas… Mi alma, mi pensamiento, mi personalidad, mi ‘yo’
cambian sin que yo lo advierta, pues luego de un momento de felicidad, risas,
besos, bromas y sentirme espléndida, vienen a mí la desesperación, el no
saberme yo. Este sentimiento es comparable con el estupor sin afecto que domina
a un niño al ser trasladado a un ambiente extraño. Es incomprensible, lo sé…
Ahora estoy embarazada, tendré un hijo. El otro día fui al médico a hacerme un chequeo y me dieron la sentencia. Me levanté radiante, como todas las mañanas, me duche, tomé un desayuno
fuerte y me sonreí al espejo. Ya en la
clínica, a unos minutos de la cita (cuatro a cinco), un raro sentimiento de
angustia, culpa ¾agraria como el café sin azúcar¾ invadió mi cabeza, se metió en mi pecho. Ya todo me
resultaba molesto, el tiempo se detuvo y se fue como una liebre: todo sucedía
muy rápido, todo sonaba muy fuerte en mis oídos. Escuchaba los pasos de la
gente en la clínica, el pasar del segundero, el molesto sonido de la
respiración de la enfermera, el latir de mi corazón, la frotación de muslo que
se da la señora gorda a mi costado. “Tranquila, tranquila” ¾me dije y respiré fuerte: inhalación-exhalación¾. Miré hacia todos lados, para asegurarme de que todo
marchase bien (mi respiración agitada): la secretaria, que parecía
un fantasma, por su vestimenta blanca, me hixo recordar al terror de las agujas que tenía desde niña. Ahora, la maldita sacaba un lapicero negro de su bolsillo
—¡un lapicero negro!—.
Creí ver a la muerte salida de su bolsillo. Ese
contraste de colores tan abrupta: el negro y blanco, me volvieron loca. Ella estaba invocando la muerte, la estaba
invocando para mí. Yo solo me defendí como pude…
La cita no se
llevó a cabo en la clínica, sino en el Hospital de Salud Mental Larco Herrera,
en esas mismas paredes blancas que fueron mi vida por muchos meses que parecían
años, años que ya no recuerdo, ni quiero hacerlo. Lo único que recuerdo son las
palabras frías, característico de esos insensibles médicos con “muchos años de
experiencia’’, susurrándole a Joaquín, mi esposo:
—Señor, su esposa tiene esquizofrenia aguda: una parte
de su ‘yo’ se ha descompuesto, tiene que vivir medicada por algún tiempo, hasta
que se cure—dictaminó con el aburrimiento de la rutina, el psiquiatra—. En lo
que respecta al niño que viene en camino, tendrá que criarlo usted y quizás sea
esquizofrénico también. Los medicamentos que debe comprar son…. (ya no me
interesa saber qué más siguió, o cómo se dio inicio a mi infierno).
Aún tengo en la memoria el nacimiento de Joaquín, un
24 de marzo. Yo tenía mucho dolor en el vientre, ya no podía caminar del dolor.
Los doctores, tontos y que creen saberlo todo, supusieron que me estaba dando
un episodio y me ataron una camisa de fuerza. Yo me resistí, lloré, les dije
que por favor no me hagan eso, que estoy a punto de dar a luz, que me duele.
Ellos respondían incrédulos y fanfarrones, mientras me sujetaban como un
animal: “todos dicen eso, espera, mamita, tranquila esto es solo un episodio,
solo una inyección y dormirás”…
Me desperté de noche, tirada sin la camisa de fuerza y
sin fuerzas en mí también. Había dado a luz ya, y mi esposo me tomaba de la
mano. Él estaba despierto, viéndome dormir. Me contó que me doparon y me
dejaron encerrada, con la camisa de fuerza, en ese cuarto blanco. Se olvidaron
de mí, pensaron que estaba bien, pero una enfermera encargada de ver que todo marche
bien (luego de tomarse un café) se sorprendió al ver que mi cuarto ya no era
puramente blanco: ahora estaba manchado de rojo. Yo estaba sangrando dopada: la
fuente que cobijó a Joaquincito se había reventado. Por suerte, aún estaban a
tiempo.
Llamaron a mi esposo (él me dijo que estaba en medio
de una entrevista) y ordenaron que inmediatamente me llevaran a la clínica.
Todo eso ya no importa, ya soy madre, eso recomforta.
A mi lado derecho, como un peluche, tapadito y
envuelto con la colcha de clínica, estaba Joaquincito. Se parecía a todos los
bebés recién nacidos que había visto en mi vida: tenía la cara de pocos amigos,
estaba dormido con los ojos pequeños e hinchados, como del quién ha llorado tanto
hasta quedarse sin fuerzas, pero la inocencia es tanta. Su presencia creaba una
atmósfera inofensiva: él dormido tan inofensivo y pequeño; sabiéndose no sabiéndose santo: inocente. Y,
al lado, Joaquín papá viéndome vivir. Él sabe que hay momentos íntimos
mamá-hijo.
¡Qué genial!, seré la primera mujer que conozca a Joaquincito.
¡Qué bien!, le enseñaré a ser libre y honesto, sin que pierda los ojos de zorro
ladino que debe tener ¡Eso sí, eso sí!...(Silencio)…¡Esperen! Yo no soy la
primera mujer que conoce a Joaquín. Yo no… Fueron las hijas de su madre de esas
enfermeras. Ellas iniciaron mi psicosis en el pasado y ahora me quitan el honor
de ser yo ¾¡yo! ¾ la primera mujer que conozca a mi hijo. Odio que me
arrebaten los sentimientos únicos y originales; odio no ser la primera mujer que
conoce a mi hijo. La primera impresión que causa una mujer en un niño lo marca
de por vida, yo no lo marqué por vez primera. Malditas enfermeras, malditas,
ahh…
¾¿Mi amor, soy la primera mujer que conoce a Joaquín?¾ le pregunto en medio del silencio.
¾Mmmm, por supuesto¾ me guiña un ojo cariñosamente.
¾¿No me mientes? ¾ replico.
¾No, Raquel¾cambia su expresión: sonríe, me mira y el corazón ya se le sale por los ojos.
¾Es hermoso, de todas maneras se tiene que llamar Joaquín¾le digo mientras le acaricio la cara al bebé.
¾¿Estás bien, mi amor?
¾Sí, por qué no habría de estarlo¾digo sin dejar de pensar: “quizás
piense que estoy entrando en la etapa “amanerista”: cuando exagero y creo
sentimientos; y quizás también piense que pasaré a la “psicosis”.
¾Te quiero, gracias por estar aquí¾le digo y lo miro a los ojos¾Acércate, te quiero dar un beso.
¾Te extrañé¾me dice, se acerca un poco, me toma la mano, me besa y me dice al oído:
“Ya pasó: los médicos dicen que estás casi curada. Dicen que confundieron algunos
síntomas”
¿Confundir algunos síntomas?, ¡confundir!, maldita
sea: ¿confundir? Como pueden decir que “se confundieron con algunos síntomas”.
Qué poca respuesta para tan grande error: me dejaron encerrada con morfina
inundándome las venas, a punto de dar a luz, ¿y me dicen que se confundieron?
¾Acércate un poco más mi amor¾le digo dando un suspiro. El se acercó un tanto más y arranqué la oreja.
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