Dedicado a mi abuelo
quien tanto me enseñó del Perú, de la vida y el amor.
Bellamente Extrañable
Suena el despertador.
Es un nuevo día y yo, tan
solo, deseo seguir abrigado, pero hay que seguir. Me levanto, ducho, peleo conmigo mismo, alimento mi
cuerpo, camino, me visto, corro, y todo
es lo mismo, y sigo existiendo. Mis quehaceres son tan diversos y tan
iguales que una aventura sirve para mantenerme realmente vivo, una de las
razones para decir que la “Vida es Bella”
Pronto partirá el bus que
me lleva a rumbos que no estoy seguro. Viajaré por la selva descubriendo,
redescubriendo, y visitando lugares y personas que aún no he visto, pues no hay
sitio ni personas desconocidas, sino que faltan por conocer y aprender de
ellas.
Por ese tiempo, era un
tipo bohemio ¾una forma bonita y discreta de decir que soy liberal
y que no me importa lo que digan de mí¾ que viajaba por el mundo disfrutando cada detalle.
Pero que en esa travesía me perdí no pocas veces. Además considero que llevo la
sangre de un artista en el cual una gota de imaginación basta para ser el
creador de un mundo: el escribir me hace un pequeño dios.
¾Prendo el primer cigarrillo del día. Mi compañero de
desventuras, Bush, se prepara para el viaje.
Bush, aunque las
apariencias nos confundan, es un tipo de buen corazón. Antes de conocerlo
admitía que los seres humanos no éramos buenos ¾en general¾, pero luego
comprendí que el mundo está hecho de amor ¾aunque esto suene risueño, irreal y hasta se podría
decir que quimérico, como el de cierto pensador que defendió la libertad y la
democracia por sobre todo¾. Por ejemplo, miremos una hoja, una pequeña hoja
cualquiera, observémosla y veremos que es una hoja en esencia. Ahora tiremos un
pedazo de ella, decorémosla un poco si se nos ocurre y qué sigue siendo: una
hoja. Si le hacemos cambios, adornos, decoraciones, encaletaciones y lo que se
nos ocurra hacer en la hoja, seguirá siendo en esencia una hoja, entonces los
seres humanos somos así. Me refiero a que estamos construidos de amor y que nos
disfrazamos de con decoraciones y demás personalidades que nos caracterizan,
pero somos amor, dense cuenta. Cuando conocí a Bush el tenía la fama de movido,
de mala influencia. Sin embargo, cuando traté con él, vi que era un tipo con un
pasado encima, pero lo que dejaba ver era a un amigo, que fácilmente crea
complicidad, y desde allí, comencé a analizar a casi todas las personas con las
que hablaba. Los observaba y gozaba con cada emoción que percibía, y llegué a
la conclusión de que los seres humanos somos buenos en diferentes sentidos,
amamos de las formas que aprendimos a amar, y nosotros mismos somos amor
disfrazado.
Ya en el bus y de
madrugada, se puede sentir el olor a selva, un olor húmedo, bienhechor,
reconfortante. Bush, al oler el olor a marihuana que impregnaba partes del
camino, dijo con una felicidad: “¡Ya estamos en Huánuco!”. Las imágenes, que se
pueden observar desde el bus en movimiento, son hermosas, se puede ver una
misma imagen desde varios ángulos. Ya estamos en la ciudad, el clima está
templado, no hace mucho calor, es ceja de selva.
Llegamos a la ciudad,
tibia todavía. Bajamos comentando el clima, sonriendo por la satisfacción de
estar ya en Huánuco. Nos encontramos con
Armando, no lo había visto hace mucho, no sabía de su vida y fue una sorpresa
encontrarlo allí, que nos vino a dar la bienvenida y llevar a la casa de otro
amigo, Danny. Tomamos un desayuno
caliente, y partimos hacia cualquier lugar.
Antes de todo nos faltaba
una cosa que nos haría las caminatas menos pesadas y todo más agradable, pues
esta es la tierra de la felicidad así que no creo que sea problema el conseguir
un poco. Vamos a un parque, nos dijeron que los chicos con las bicicletas son
los que hacen la transacción. Llegamos, pero solo hay uno, parado allá cerca de
una banca. Es nuestra oportunidad, no
hay nada que nos pueda detener, me acerco, así de repente, sin pensar nada.
“¿Tienes algo para la cabeza?”, le digo con una soltura en el cuerpo que pronto
me doy cuenta que estoy fuera de mí. Lo miro fijamente a los ojos, estiro el
cuello hacia atrás, la mirada se sostiene por unos segundos, el silencio entre
nosotros reina, empieza a ser incómodo, el sol sube la temperatura. “No amigo,
no vendo pastillas”, me responde con una mirada de inocencia. Pero, ¡qué tonto!:
solo es un adolescente que juega con la bicicleta y no un abastecedor. No nos
dimos por vencidos, buscamos, preguntamos, caminamos, olfateamos (buscando en
las calles el olor de la yerba), y no dimos con ninguna señal.
Resignados iniciamos el
recorrido en un pueblo cerca en el cual había vivido la “Perricholi”, una
antigua señora de quien cuentan orgullosas las mujeres de Huánuco, su belleza
destapó pasiones en cierto virrey. Antes de entrar a esa casa ya se podía
percibir el olor a lujuria, el clima caliente creaba un ambiente cuasi erótico,
o por lo menos esas imágenes queríamos crear. Di unos pasos más, antes de
entrar, y en la parte superior de la casa museo vi una mujer ¾una niña mujer¾ que miraba coqueta hacia nosotros. Entré
esperanzado y ansioso de verla de nuevo, y allí estaba. Era la que cobraba las
entradas, cuidaba, y estaba a cargo de la casa. Le pregunté si era la descendiente
de la Perricholi y sonreí (era muy bella), me sonrió y se sonrojó, y respondió
que no. Era una chica de cabello largo, de facciones delicadas, con curvas de
las que no culpo a ese virrey de haber caído, y un discurso de la vida, y en
general (también de su trabajo), grabado de memoria, pues si le pedía que me
explique algo lo explicaba de una manera memorística; y, si más tarde le pedía
lo mismo, respondía con las mismas palabras, exactamente, que la anterior vez ¾bueno, hay personas que aprenden bien las lecciones,
¿no creen?¾. Mi alma ahora le pertenecía a una desconocida, que
ya ni su nombre me acuerdo. Le propuso salir esa misma tarde y ella aceptó,
pero me pidió que vaya montando una moto.
De vuelta a la ciudad, negocié
con Danny y Bush la posibilidad de conseguir una moto para la tarde, tal vez la
del hermano de Danny esté disponible. No lo
conseguí. Las motos en alquiler excedían mi pobre presupuesto de
excursión y la de su hermano no estaba disponible. Sin embargo, para las tres
de la tarde estábamos de vuelta al pueblo. Volvimos en un colectivo, como la
primera vez, esperamos en un bar hasta que llegó con una amiga, que traía en
sus brazos un bebé. Paseamos toda la
tarde: fuimos a otros pequeños pueblos (no lo dijimos, pero aún nos quedaba la
esperanza que quizá allí podía haber algo de felicidad descartable), caminamos
por lugares en el cual la época colonial había quedado intacta –la gente
también–, y sobretodo compartimos y aprendimos un poco más de su cultura, además conocimos un curioso zoológico, en un
pequeño pueblo, como a unos cuarenta y cinco minutos de la cuidad, en donde
había varios animales amazónicos, un pato, una gallina y un mono con la cola
rota, también muchos animales formados por la naturaleza y coleccionados por
una mente curiosa. Además, con ella hablamos un poco de su vida, de la mía, de
nuestras familias, de lo hermoso que era Huánuco, el paisaje y ella. La vida
con luces del sol acabaron ya.
Las noches en la selva son
muy ocurrentes y llamativas que hacen de su clima algo bellamente extrañable. La
Plaza de Armas llena de luces y los locales comerciales alrededor llenan de
energía a los señores de la noche, los adolescentes salen a caminar por las
interminables cuadras de la Plaza, pasando una y otra vez por el mismo lugar,
pero conociendo y viviendo diferente en el mismo lugar. Nos encontramos con Armando,
ya los cuatro subimos al segundo piso de un bar, en donde, por cosas y bromas
de la vida, me pusieron “El Mesías”:
¾Trajiste al indicado, Bush, trajiste al indicado,
jajá¾dice Armando y levanta el vaso para hacer un
brindis.
¾De hecho ,primo, yo nunca fallo¾responde bonachonamente Bush.
Fuimos
un burdel a fueras de la cuidad que llevaba como nombre “La Maquina del Sabor”.
Las putas andaban por allí, mientras mis compañeros discutían precios para su
minuto triunfal ¾no compro sexo¾, yo miraba la vida ajetreada que es ser una puta.
Imagínense tomar el hacer el amor como un medio de sobrevivencia y no como la
expresión de más puro sentimiento, la prostitución degenera al amor: es dar
amor a cambio de dinero. Tomé una
cerveza, una más y la otra que sigue, sucedieron unos tragos y amaneció a las
diez con cuarenta y siete de la mañana.
Por la noche de ese otro
día, viajamos en un auto para Tingo María, era el cumpleaños de Danny y
teníamos que celebrarlo. Fue un camino interesante, compré unas patitas de
pollo que tenían no muy buena apariencia, veía las imágenes de la noche al
movimiento vehículo, también conocía a una alfabetizadora que trabajaba en un
caserío cercano. Y luego de un par de horas de viaje llegamos.
Aquí,
como en Huánuco, las noches eran festivas, pero aquí eran aún más ocurrentes.
Caminamos por la plaza principal que parecía
una enorme culebra, la Plaza era delgada y larga, como tres o no sé cuántas
cuadras, y Danny nos presentó a unos amigos y a una chica ¾con apariencia varonil¾. La noche acababa de empezar. Nos paramos un rato
para decidir en cual local entrar. Uno se llamaba el Jaguar, en otro se
ofertaba un dos por uno y el más ocurrente decía: “Ven de caza esta noche. Aquí
está la Presa”. Entramos a cazar una presa, jajá.
El local era amplio, sin
sillas para sentarse, solo mucho espacio para bailar. La gente que iba llegando
formaban grupos circulares con cervezas al medio, todos bailaban en círculo,
pero de vez en vez alguien se lanzaba a ruedo y sacaba a bailar a una chica.
Así, con el paso de la noche y subir de las copas, quedaban pocas mujeres para
“cazar”, los otorongos abundan. Aún tengo el recuerdo claro que cuando una
mujer quería bailar contigo te codeaba. Al principio pensé que me pedían que me
fuere más allá y uno de los amigos de Danny ¾hecho un hombre de vida, de experiencia¾ me dijo, con el siempre gracioso dejo de la selva: “esa
es la presa, quiere ser cazada, sacuúudela en la pista, eres bien chupao, di”. La más persistente fue una
mujer mayor. Me codeaba y miraba con sensualidad y ya me moría por invitarla a
bailar. La señorita de épocas era sensual e insinuante, era de esas mujeres
para las que nunca pasa la adolescencia, aún se vestía con ropas apretadas y
coloridas. La invité a bailar, bailamos una canción y, de pronto, la música
cambió a salsa sensual. Sentí que mi cuerpo rozaba su cuerpo, ella se acercó
más y más, me sentí tan en confianza de sus años y la tomé por la cintura, le
hice toda mi gama de vueltas, un redoblón y la canción apresuraba, subí mis manos un poco
hacia su espalda y, repentinamente, sentí que mis dedos se hundían en su
decrépita piel, bajé mis manos a la cintura, y al poco tocó otra canción y le
di las gracias. Ya no quise bailar más: era mi abuela, mis manos bailaron en su
espalda vejestoria y arrugada. Tomé más cervezas, conversé con los amigos
nuevos, todos eran policías recientes, y después, como anécdota, ya pasado de
copas, cuando la mujer de rasgos masculinos me invitó a bailar le respondí que
no estaba seguro, que nunca había bailado con un hombre, que lo sentía.
Ya los días habían pasado rápido, la
diversión y el sentimiento grabados en nuestras mentes y las imágenes en la
cámara de fotos, pero nuestro pingüe presupuesto ya no existía más. Mi amigo
tenía un poco de dinero suficiente para su pasaje de vuelta, pero ya no le alcanzaba para cubrir el mío. “No
importa, tengo un poco de dinero en la tarjeta de crédito”, pensé. Pero,
pronto, ya no conté con nada: busque entre mi equipaje de viaje y no estaba, la
había dejado en el Lima, en mi cama, qué viajero para más descuidado. Consulté
con mis padres para ver alguna posibilidad que me depositen algún dinero y los
resultados fueron nulos; mi madre dijo que si había decidido ir de viaje así
nomás ya era problema mío y mi padre me dijo que me cuide mucho. Sin muchas
esperanzas, llamé a mi abuelo y le dije su podía alojarme en su casa, allá en
Pucallpa, unos días; me dijo instantáneamente que vaya, que me esperarían, que
siempre soy bienvenido. Ahora el objetivo, “mí”
objetivo, era llegar a Pucallpa, llegar a la tierra colorada. Negociamos la
posibilidad en una agencia de buses, el pasaje era caro paro lo que teníamos,
pensamos que podía ser mejor que me vaya con un camión hasta allá (pues solo me
cobraría 10 soles), pero, por suerte, en la estación de autos conseguimos a un
simpático gordito, con polo a rayas, que me cedió la maletera de su auto por diecisiete
soles, con la condición de que si veía algún oficial me esconda entre los
equipajes ¾ya saben eso está penado por la ley, pues los seres
humanos no somos bultos, pero…, ¡NO JODAN este es un caso especial!¾. Me despedí de
mis amigos, sonreímos cómplicemente y partimos, ellos para Huánuco y yo hacia
el oriente. El viaje fue interesante, lleno de muchas imágenes que la selva me
regaló, que ciertamente ya no era ceja sino selva pura, también tuve que
esconderme entre los equipaje (encima de mí) algunas veces para que la ley no
pueda verme y cobrar una infracción por ello.
Lo mejor fue cuando llegamos a Pucallpa: Bajé del auto con casi todo el
cuerdo adormecido, pero con una sonrisa de estar de nuevo aquí, me senté con mi
equipaje en una pequeña cerca del paradero de autos y, justo cuando comencé a
recordar los viejos momentos junto a mis abuelos, vi a mi abuelo a lo lejos
acercándose subido en un motocar, que conducía un tipo con apariencia bohemia.
Bajaron, allí estaba mi abuelo, mi tío, mis primos. Mi abuelo se llenó los ojos
de lágrimas y dijo: “mi Joshe, mi Joshe, ya estás aquí”. No pude contenerme, la
emoción se descargó por mis ojos, y lo nos abrazamos ¾lo ven, el amar es nuestra naturaleza¾.Con la misma
moto que vinieron, fuimos a la casa de mis abuelos, allí estaban mi abuela, mi
tía y Sol Francis, una prima. La escena de reencuentro, fue genial, y tan
cotidiana en mi familia. Un abrazo, palabras de ánimo, palabras que marcan el
encuentro, las ganas de dar un abrazo más y ¾no
podía faltar¾
“hijo has bajado de peso, pucha, estás flaquiiito, aquí estarás bien”.
Las
ganas de vivir y el amor a esta tierra caliente crecen y con él las ansias de
conocer a más gente, aprender de ellos, y convencerme aún más de que los seres
humanos somos amor oculto. No sé que más viva en este viaje, pero no importa:
ya tengo a los míos a mi lado…