sábado, 25 de febrero de 2012

Un grito de alucinación fantasmal


Un grito de alucinación fantasmal

Las apariciones fantasmas son descritas de muchas maneras. Que los espectros son energía  cargada en el aire, que son “el alma del cuerpo”, que son simples alucinaciones ¾para los más escépticos¾, que no existen: “todo está en tu mente, te está psicoseando, amigo”; son algunas de las respuestas que escuché cuando, preso de ganas de aprender de lo paranormal, me puse a preguntar si habían tenido alguna aparición y cómo era. Sin embargo, hubo una historia que me llamó mucho la atención, una historia con la que me identifiqué plenamente, porque tiempo atrás también me pasaba algo similar.

La noche se cierra, las luces de la calle alumbran la ciudad, algunos taxistas informales y fuera de la ley comienzan su labor nocturna, las estrellas salieron sin ser vistas por culpa del cielo lleno de neblina y nubes negruzcas de Lima, y Slander se alista para dormir luego de un largo día. Apaga las luces del cuarto, se abalanza boca arriba encima de la cama, pero es incómodo, se da la vuelta, observa las estrellas que sus padres, cuando él aún era un niño, empotraron en el techo. De pronto en sus oídos estalla un grito de horror, un sonido gutural, ya no se puede mover, su cuerpo está paralizado, quiere gritar y no puede, quiere moverse, se esfuerza, pero su cuerpo no responde. De pronto tiene asco, mucho asco, ya no puede contener el vómito que sale sin parar de su boca atorándolo, manchando su ropa, su cara, la cama con cubrecama verde, no para, sigue, salpica, no puede respirar, alguien le toca la mano, logra mover la cabeza, y para de vomitar, ve a un hombre, que parecía un conocido, pero al moverse este no es el que pensaba, sino otro, ¡puta madre!...el desconocido no le suelta la mano y, ¡por fin!, logra pararse en seco de la cama, pero…, pero… el hombre que se había recostado a su lado y tomado la mano no estaba, ¿dónde está?, y ¿el vómito? Tampoco está, ¡no hay nada!: la cama está limpia, su cara, ropa, pelo, todo está limpio, no hay nada, nada de esto pasó realmente, y su respiración se agita…”, me dijo Slander con palabras similares, gesticulando cada emoción y haciendo ademanes con las manos.

Al principio me quedé sin palabras para responder la historia fantástica ¾y quizá una alucinación¾, luego relacioné el hecho con algunas situaciones igualmente desagradables y quiméricas que me pasaron en el pasado. Algunas temporadas atrás vivía en la casa de un familiar, allí cada noche sufría de las más intensas paralizaciones de cuerpo y una mano que me tocaba los pies, los muslos, que tiraba de las sábanas, que gritaba en mi cabeza. Una noche, tuve tanto miedo que ya no quise dormir solo (ya me había desvelado muchas noches y estudiado mucho para evitar volver a dormir), mi primo Miguelón se ofreció a acompañarme. Le dije que me estaba quedando paralizado ¾ya más tarde, en la noche ¾ que mejor lo abrazo, que tengo un terror intenso y él me abrazó. Se prendió la luz, no puedo moverme, estaba paralizado de nuevo, ahora mi primo ya no esta en la cama dormido abrazándome, sino ahora hace varias aspas de molino sin parar, la luz se apaga…,alguien me toca la mano, sube, sube lentamente acariciándomey no puedo moverme, solo puedo sentir esa mano que me toca, lentamente como para darme sufrimiento, llega a la pequeña brecha de mi oreja y mi cabeza (siento que voy a saltar la línea de lo cuerdo, que me volveré loco), no puedo gritar, moverme, uso todas mis fuerzas pero es inútil, mejor rezo ¾mi abuela me dijo que a los fantasmas se los espantas así¾, pienso en recuerdos hermosos para mantenerme en cordura y, un momento después, estoy sentado en la cama respirando agitadamente con los ojos llenos de lágrimas y un alivio de todavía estar cuerdo aquí. Despierto a mi primo, le cuento todo, se ríe y me dice: “Nada de esto pasó, duerme tranquilo”.  


Esas cosas asustan, creanme...

sábado, 18 de febrero de 2012

Afirmaciones que angustian


Afirmaciones que angustian

Caminamos un trazo largo, ¿seis?, ¿siete cuadras?, hasta llegar a un gran centro arqueológico abandonado por el tiempo, que en el pasado fue una gran fortaleza, pero, metrópoli que no cuida el pasado, se deterioró con el tiempo. Conversamos un rato para decidir si subíamos o no a la huaca. Cruzamos la pequeña loza deportiva que estaba a la entrada de la subida. Cuando ya casi llegamos a las faldas del resto arqueológico perdido en el tiempo, vimos un auto que se estacionaba entre la loza y la gran duna. De él salieron siete tipos con aspecto intimidante; nosotros los vimos salir del auto y seguimos nuestro camino al centro de la huaca, en el que alguna vez tuve algunas jugadas de la mente. Conversamos un rato sobre lo visto. “Esos tipos son muy sospechosos”, afirme. Empezamos a crear conjeturas, ¿quienes eran eso tipos?, ¿por qué se estacionaron justo en medio del panorama?, además este lugar no está bien iluminado y es poco transitado.

Absalón insistía en ir todavía a la zona alta de la huaca. “Allí arriba para ver mejor, no parece haber nada peligroso”, presiona Absa. Mmmmm…, vamos pues, dijo por fin Bush. Subimos lentamente, a cada paso el clima era más intimidante por el sombrío recuerdo de los tipos, que terminamos de ver, bajando del auto con maletera grande. Y si subimos y están torturando a alguien y justo, al llegar, se percatan de que estamos allí —dije impaciente—, hay si que nos fregamos.  Me parece muy sospechoso que se hayan estacionado allí, me paltea un poco acercarme, dijo, tan serio, Bush. Tienes razón, pero… qué importa: vamos nomás—nos convence Absa. Seguimos caminando pateando arena, tratando de no pisar los rastros de basura que había por doquier. Las suposiciones, que nos crea la mente, ayudado también por los comentarios, crecen a un ritmo desenfrenado, desencadenan miedo, desconfianza, emoción de ver lo que en verdad es. Llegamos al final de la huaca, que desembocaba como un pequeño barranco. Vimos el auto, aún seguía donde se estacionó, y sus tripulantes estaban…estaban, ¿dónde están? Alzamos la mira un tanto más y allí estaban todos ellos, corrían detrás de una pelota, jugaban fulbito. Todos los malos pensamientos extremos y hasta maliciosos se vinieron abajo, quedamos al descubierto, ninguna teoría coincidía con lo que en realidad era. Avergonzados de nosotros mismos tuvimos que recurrir al humor para no adentrar en lo prejuiciosos que fuimos con esas personas. El tiempo que estuvimos ya ni lo recuerdo, pero no nos quedamos tanto y luego partimos a seguir sorprendiéndonos.         

sábado, 11 de febrero de 2012

EL VIAJANTE DE LA SOLEDAD

EL VIAJANTE DE LA SOLEDAD

El doctor Sergio camina lentamente por las calles de Buenos Aires, prende un cigarrillo y, mientras absorbe de a pocos la esencia del humo, piensa que él, antes que nada, a nacido para viajar por el mundo, conocer lugares, aventurarse por el llamado del viento de norte, y no para postrarse detrás de un escritorio; que si ciertamente puede resultar más cómodo, es una vida monótona que no le interesa vivir  —y que hasta antes de encaminarse en ese viaje solitario e interminable había soportado—.
 Era un hombre de buenas intenciones, rectitud en el espíritu, y de cabello negro muy poblado, con cejas que marcaban las expresiones en su rostro.  Como todo hombre de leyes, pues era un notable abogado, no poseía prejuicios en su ser: su mente era abierta lista para cualquier proposición, de espíritu recto, bondadoso y al cual la aventura llamaba a gritos. Ejerció la abogacía  por  muchos años hasta que un día, arto de estar detrás de un escritorio, renunció a esa vida llena de problemas ajenos que resolver y desde entonces, con la fortuna, hecha en  casi veinte años de trabajo premeditado, correcto y efectivo se largó a dar un paseo.
El doctor se encaminó en ese largo mundo que es ancho, pero sin el amor de los seres que más queremos se torna ajeno. Caminó plazas, parques, largos campos, recorrió safaris en la atrevida África, comió los platos más exóticos, tuvo el privilegio de ver los parajes más virginales del mundo. Su sueño constante era el de viajar y viajar, por todo el mundo y así lo hizo: deseaba ver las diversas culturas, tradiciones, costumbres y demás creaciones sociales, culturales que el hombre fue perfeccionando.
Un marzo de un día que ya ni la fecha recuerdo, mientras caminaba por las nubladas calles de la capital argentina comenzó de pronto, entre tanta gente, a sentirse solo, a experimentar ese extraño sentimiento que, desde que inició su viaje, nunca lo atormentó. Siguió su camino tratando de animarse con sus inseparables cigarros, con un helado, ayudado de alcohol, en fiestas, en su propio andar, no lo consiguió. La soledad había calado en lo más profundo de su espíritu.
¿De qué se trataba que de tan de repente ese sentimiento cáustico, que acaba por hacer sentir nada al hombre, se albergara ahora en el doctor? ¿Por qué justo en ese momento de su vida en donde todo parecía marchar de maravilla y hacía de su vida lo que él deseaba, se vino a presentar ese altercado en él?
El hombre de letras no paró de viajar, creyó que viajando más se le pasaría, se fue a Santiago, a Londres, a Suecia, a París, y a todo país que se le ocurriera, pero ese sentimiento seguía allí. Entonces, ¿qué hacía falta para ya no sentirse más solo?
Sergio analizó los motivos, se entregó a este quehacer gimnasta en cualquier lugar en que se encontrase. El primer día dio con la primera respuesta: no tenía esposa, novia ni algún acompañante en su viaje, siempre andaba solo. Se le sumó, además, los siguientes días, que a lo largo de su vida había sido no muy sociable, entonces advirtió que, en efecto, era indiferente con los demás seres --¿qué importa conocer más lugares si eres indiferente con los demás?, ¿qué valor merece una actividad que solo hace feliz a uno mismo y en absoluto a los demás, como era el viajar solo?-- reaccionaba el hombre de letras sin dejar de tomar fotos y conocer parajes exóticos, museos, parques, ciudades.
Cierta tarde nublada del mes de octubre, daba una larga caminata silenciosa, lenta y solitaria —como de costumbre, fumando— por cierto parque repleto de niños en el país vasco. Avanzaba con desidia, sintiéndose aún más vacío que el día anterior, se sintió nada,  se deshizo en él la ley natural que hace que los seres se aferren a la vida: las ganas de vivir lo abandonaron, el sentirse en soledad lo consumió. De repente, levanto su mirar y se encontró con otra mirada que se fijaba en sus ojos. Era una niña, una niña que jugaba por allí lo miraba y, ahora, le mandaba una sonrisa. El doctor continuó su paseo y en el camino se encontró con más miradas, sonrisas, y hasta una viejecita —¡arrugada como una pasa!— que lo estrechó entre sus brazos. Se sintió feliz, se sintió lleno de nuevo, las ansias de vivir y de vivir mucho más lo inundaron, estaba ¿acompañado? Sí, lo estaba. Se encontraba en compañía de las personas que encontraba en su andar, de las personas con que compartía un mirar, una sutil sonrisa y hasta los gestos, como el de la abuelita, más efusivos. Entonces…, la respuesta estaba allí. La mejor manera de no sentirse vacío y en la completa soledad es compartir, dar lo más mínimo o todo, cualquier cosa, no ser indiferente con los otros, pues compartir, intercambiar, dar, es una manera de estar juntos.
Al día siguiente, el doctor Sergio, que ya tantos aviones había tomado, voló rumbo a su Lima en el primer avión que consiguió. Al llegar visitó a parientes, amigos, compañeros, vecinos y —hasta por sorpresa— enemistades del pasado. Con todos conversó, dialogó, rió, se divirtió, caminó, comió, y narró las experiencias que había vivido fuera de Perú, pero —lo más importante para aquel hombre de leyes en su travesía—  contó todo lo maravilloso, lo bello que era el compartir. Dijo que si compartíamos ya nadie estaría ni se sentiría solo, que accionar la reciprocidad o simplemente dar a las personas lo más mínimo de nosotros, como un gesto risueño que nos une y esa era la mejor manera de hacer un verdadero cambio. Pues —y esto lo pensó repetidas veces, hasta privándose de otras ideas—, las personas estamos desunidas, somos indiferentes con los demás, actuamos como que si nadie más existiese a nuestro alrededor sin darnos cuenta que estamos rodeados de gente a donde vayamos y que, por eso, no hay justificación para la soledad. Afirmó, también, que la soledad se había inventado para que los hombres después de llegar a ese sentimiento horrendo y que hace nada al ser, nos percatásemos de que estábamos inundados de gente y dejemos ser tan apartados e indiferentes con los demás. Esa es la marera de llegar a un cambio: compartir —o, dar es dar, a lo Fito Páez— era una manera de unirnos y llegar a los cambios en la sociedad que tanto deseamos y, claro,  deben ser necesarios, pues, como profeta de leyes que era, no podía permitir que cualquier cambio, apresurado y que desencadene una crisis, se realice. Impartió este saber —lo es ciertamente—  entre todos aquellos que conocía, pero no le pareció suficiente: esto tiene que difundirse a más personas para que se den cuenta que no están solos, sino más bien acompañados.
No supo por qué  medio transmitir su verdad, pensó en hacerlo por televisión, por radio, apoyándose de las redes, pero mejor era transmitirlo directamente, y no por aparatos, pues no sentirían su calor, además, el hacerlo de persona en persona le daba más libertad de expresarse. Casi al momento, se dio cuenta que lo que quería expresar era un deber cuantitativo en vez que cualitativo, entonces era mejor comunicarlo, compartirlo de manera rápida y  masiva. Deliberó, meditó, caminó, fumó aun más para ayudarse a pensar y (¡école!) dio con la manera más singular pero efectiva: subiría a los carros a predicar el compartir y en ese trajín, de idas y venidas en diversos vehículos rodantes, lo impartiría a personas que albergan la soledad en sí y, que como él, viajaban. Sin embargo, todo trabajo es remunerado y tenía que sacar algún provecho de esa labor profética, así este represente solo algo simbólico, pues el Doctor no llegaría a casa a contar monedas sino a recontar el sentir de las personas con las cuales estuvo acompañada: sus miradas, sonrisas, los holas que encontraba en el camino, pues el compartir —no ser indiferente— es otra forma de estar unidos y juntos.
Para la mentalidad abierta de estudioso que tenía, un reto como el subir a los buses y diversos vehículos de transporte  no era mucho pedir: no tendría que ser malo, pues poseía un habla fluido, sin trabas, que siempre acertaba en lo bueno. No obstante, no podía negarse a sí mismo que en un país como el nuestro, el subirse a los buses a hacer cualquier actividad (desde dar conocimiento hasta recitar una serie de chistes baratos) era “mal visto” por las personas. Al final importando poco todo lo que los demás pensasen, juzgasen, o apuntasen, lo hizo: él era libre de decidir, como soberano de sí mismo, lo que debía hacer.
Al día siguiente, se levanto con el primer rayo de sol, hizo ejercicios, se tomó un baño, degustó de un desayuno en casa y se fue. Pensó por un momento que ya no tenía que pensar  más y solo actuar, de pronto se halló en un bus. Toda la gente lo miraba con atención: era extraño que un hombre de presencia intachable, muy bien vestido, se presentara en medio de un bus. “El amar es compartir, debemos compartir en cada instante de nuestras vidas para, en realidad, sentirnos vivos y no solo con vida. El ser indiferente es actuar sin percatarnos, o no queriendo hacerlo, que también existen muchas personas con el cual podemos intercambiar algo  más que solo lo económico, como un pequeño saludo, un apretón de manos, un fugaz mirar, una sonrisa, un abrazo y —por que no— un beso”, dijo Sergio. Al terminar el discurso, que conmovió al viajante público, se sintió lleno de alegría, la adrenalina, la emoción lo rebalsaban: sentía el calor de la gente a cada instante, pues veía rostros con alertas de felicidad, caras sonrientes, niños que le miraban a los ojos —¡qué otra cosa se podía pedir, mas que un mirar sincero y tierno como el de un niño!—, los aplausos, y el calor de la gente cuando se está en escena. Sergio subió a miles de buses, couster, micros, metros, incluso se animó a repartir su descubrimiento en los carros en las horas punta, en donde los vehículos van repletos (¡repletos!) de gente, y todo vehículo que transportaba personas para dar a conocer su pensar.
El doctor Sergio no paró de subir y bajar de los vehículos, y de conocer a la gente aún faltaba conocer el resto de sus días. Caminó, caminó aún más, envejeció en el camino y siguió caminando, pero, como es sabido, los más grandes artistas mueren prematuramente sin terminar muchas veces sus obras de arte –¡le faltaban muchos años que vivir todavía!–. Sergio falleció en cierto bus, que va hacía cierto distrito cuyas orillas son bañadas por las aguas saladas del mar, mientras daba su ya sabido, pero nunca repetido de la misma manera, recital, pues más que solo un hombre de letras era un artista: innovaba siempre en su discurso. 
 Han pasado quince años desde que mi padre murió, cincuenta años desde que él inició esa labor gratuita, solidaria, pacificadora y fraternal de explicarnos que el compartir es una buena receta para curarnos de la soledad, de hacer un cambio, de darnos cuenta que si miramos hacia  algún lugar encontraremos compañía, y, por eso, era hermoso no ser indiferente con las demás personas, pues el hombre es un ser naturalmente social, y que tiende a querer a sus semejantes y seres que lo rodean. Mi padre, hombre de sincero  y  de profundo mirar, nos dejó un domingo, pero, ese día en el que se privó del placer de vivir, se despidió de nosotros antes de salir de casa – de mi madre, de mis hermanos y de mí- con un gran abrazo, y también dijo que le dolía el pecho, se fue y no volvió más. Estoy seguro que he dado este discurso miles de veces, en muchos países del mundo y aún no termino de sorprenderme de lo amplio que puede ser el dejar estas palabras en ustedes, y seguir encontrando nuevas explicaciones para dar nuevamente este discurso interminable que mi padre hizo poesía e inmortalizó en los buses. Hasta luego. Gracias.     

       
           
          
     





     


lunes, 6 de febrero de 2012

Los niveles de la imaginación sentimental


Dicen que para vivir hay que tener un plan de vida y, más bien, una metodología. Hace algún tiempo, de sonrisas e interpretaciones infinitas, conocí a un amigo llamado Pool que aplicaba esta metodología de vida en asuntos de faldas cada día. Le funcionaba bien, creo, además los consejos eran muy sabios o sabidos, jajá.

La noche ya apertura nuevas ansias de salir a fumar por allí. Todo está muy relajado y muy propicio para hacer nuevamente el ritual con la naturaleza y dejar volar nuestra imaginación. Llamo a Sergio, con cierta ansia que el Zorro calificaría como “dengués”, y  voy  por él al paradero. Camino rápido, veloz, casi corriendo, ya estoy corriendo con una velocidad y agilidad que me sorprenden. Lo encontré con Gabriela, pero esta vez no nos acompañará: tiene que estudiar para unas pruebas. Esperamos unos instantes más, divertidos pero angustiosos, y adentramos en el campus de la universidad.

—Tengo algunos chocolates para comer, bueno uno –le digo.
—Vamos a Escocia –se apresura con la cabeza al ver el mundo, Sergio–, allí la hacemos con calma y comemos los chocolates.

Caminamos por la entrada principal de la universidad, doblamos hacia las canchas deportivas, levantamos la mirada y encontramos a Pool conversando a solas con una mujer y lo secuestramos –bueno si se valida el término–, pero antes de serlo decidió que acompañemos a su amiga, o ya no sé qué, hasta su clases de baile. Y por fin, ya estamos en nuestro nuevo punto de despegue, en donde la excusa de no volar por no ser ave, no existe.
Todo estaba listo, saco la pipa de mis bolsillos y la enciendo.

Cada vez me enamoro más de Camila y tengo razones suficientes para decirlo así nomás –comparto la pipa–. Cuando miro al vacío encuentro su mirada y me sorprendo, porque siempre encuentro cosas nuevas en ella. Ese día confesé que soy un enamorado eterno de Camila, que la quería por tener esa manera tan suya de vivir, de existir: su actuar era libre, responsable y tan suelto que mi alma ya le pertenecía. Soy un estudioso de la vida y del amor, en general de ella. Por ejemplo, usualmente, cuando no hay nada que le moleste camina con unos pequeños saltitos y su cabello largo, con cierto aire rasta, se sacude suavemente. Pero si la han molestado, el cabello se mueve dando unos pequeños golpes hacía abajo. Ja, ella es tan natural y tan suelta que el otro día, en una fiesta, me reclamó porque estaba cansado. No hay palabras, es tierna.

—Estás confundiendo las cosas mi amigo –dijo Pool con una solemnidad inconfundible–.
No saques cosas de donde no las hay, ten cuidado con eso. Relajado, espera que las cosas se den por sí solas, no las fuerces y no empeñes tus esfuerzos en ver señales en donde en verdad no hay señal alguna.
—Bueno, lo que les cuento ahora no son “señales” que encontré en el camino –me defiendo– sino motivos por los que la quiero, por las que me sigo enamorando de ella.

El silencio llenó el lugar, todos habíamos empezado a imaginar, pensar, recordar. Pool se puso un tanto más cómodo en el tronco y nos dio lecciones que nuca olvidaré, una parte por que eran de vida, de metodología, y parecían “sabios”, y también por la manera tan simpática con la que nos aleccionó.

 —Cuando quieras conquistar a alguien –cruza las manos Pool– tienes que ir lento y rápido, a la vez. O sea, yo sé  hay días en los nos dan unas ganas inmensas de “gilear”, pero tranquilos. No se vayan en quinta, o si un día lo hacen el otro día le bajan un toque, como quien no quiere la cosa, jajá.   
 —Eso no funciona –hace una pausa corta para fumar, Pool, y continúa–. Te lo digo por experiencia. Si eres meloso y estás en quinta te vuelves molesto, caes mal a las chicas; te vuelves la tienda de dulces que empalaga solo al verlo. Alucina que una vez me estaba gileando a una flaca y me fui en velocidad cinco… a los cuatro días ya no quería saber nada de mí, me evitaba, se había hostigado e mí. Por eso te digo, bro, ten cuidado con ir en quinta, ya si quieres un día dale con fuerza y el otro le bajas las revoluciones.

            Con Sergio, aplaudimos el consejo de Pool, que me parece, tiene cara de Pepito. Dijimos que estaba muy bueno, que tenía razón, incluso Sergio, dijo el “Claaaro,  tienes razón”. Compartimos recuerdos, rasgos y una que otra carcajada. Pool siguió aleccionando con su teoría de  conquistador, que sale del rechazo al éxito con las féminas, y aclarando nuestras dudas.

—Ahora, también no se vayan a exceder con la indiferencia –habla la voz de la experiencia–: pueden pensar que no te interesa, o que son de eso tipos con los que se trata de hola y adiós, pero no se tiene confianza. Por ejemplo, una vez yo “quería” con una chica y pensé en ignorarla, usar la técnica del interesante, pero me pasé de interesante pues –nos mira a los ojos–. Al final creo que ni siquiera se dio cuenta que existía y aprendí que en algunas ocasiones no debemos dar mucha atención a las mujeres por que sino terminas por hostigar, como ya les dije,  pero todo en su punto medio.

Ya no podíamos dejar de reírnos, Pool nos dejó un gran consejo con una gran historia que nos mostraba que el ignorar al punto de que no se den cuenta de tu existencia no es la mejor arma de seducción. Para celebrar fumamos más y comimos los chocolates que quería dar a Camila ese día, pero no lo hice porque Raquel me dijo que era muy extraño y dramático (me quitó la ilusión de un golpe en seco).

 —Puta madre, ya no hay más, se acabó –Sergio me da la pipa–, ya fue huevón.
Observo la pipa, me quedo mirando la pipa, nada más que la pipa. El tiempo ya no pasa se detuvo, yo sigo observando la pipa, alumbro el fondo de la pipa  con el encendedor  y me doy cuenta que aún hay un poco pegado a un extremo.
 —La imaginación es solo para los virtuosos –les acerco la pipa alumbrada con el encendedor, y fumo–.
—Carajo, Rafael de mierda, la cagada, un día me matarás, siempre dices cosas en el momento menos indicado pero que encajan exactas, jajá –celebra Sergio agarrándose del tronco para no caerse–.

La risa se torna intensa, ya nadie para de reír.  Pepito prepara irrisoriamente su nueva lección; Sergio, no deja reír; yo le doy un tanto más. La noche ya avanzó, los hombres lobos quizás saldrán; los vampiros ya están fuera, somos nosotros: los vampiros de la yerba. Pero es hora de partir a casa.
 —Ah, me olvidaba –retoma Pool– tengan cuidado de pasarse de preocupación.
—Jajá, la cagada, para todo hay niveles que uno no puede pasar.

(risas)

—Sí, lo que pasa es que no debemos preocuparnos mucho cuando una flaca está molesta con nosotros diciéndole: “por qué estás así” y pidiendo perdón a cada momento, eso las aleja. Todo relajado, tranquilo, no se preocupen mucho, no se vayan con preocupación en quinta. Lo digo por experiencia. Una vez me pasé de atento, de preocupado  con una chica. Cuando la notaba molesta le pedía perdón, le preguntaba qué pasa, qué sucede, que me  perdone, que por favor me disculpe si he hecho algo que le incomodó, y me fue mal. Se alejó de mí. Tengan cuidado de pasarse de preocupación, es muy importante para enamorar: el enamorar es un arte calculado y premeditado que hay que actuar con razón y con el corazón.

El día vuelve a dormir entre ocurrencias, letras, consejos de seducción y un chocolate sin entregar. Mis ojos ya pesan y alma ya está cansada como para dar una vuelta aérea de nuevo. Pero, al menos ya sé que puedo contar con un seductor que me ayude a conquistarla.







miércoles, 1 de febrero de 2012

Cliente de una Noche


Alguna vez te has sentido una puta, yo sí. Es como que pasas una noche con alguien y todo acaba con el amanecer,  se despiden casi como si uno de los dos hubiese pagado los servicios de la otra y, como si nada, siguen sus caminos, pues la vida, o ese conjunto de momentos unidos por algún conector, continúa. Me sentí una mujer de hipoteca en una ocasión. Empezamos una pequeña historia ¿amorosa?, comenzamos a frecuentarnos con pizzas, caminatas y salidas al cine, me fui envolviendo en ella con un suave beso del cual no quise despertar jamás, ¿es un sueño? Con rapidez descubrí que era un ser dócil, que necesitaba también de alguien a su lado dispuesto a quedarse con ella, de carácter fuerte, buena amante hasta los huesos, aunque ella aseguraba de que  no lo era, y de manos tan suaves que me provocaban tocarlas a cada momento. Tenía algo en ella, estoy seguro, que me cambiaría, que hacía que la buscase cada vez más, que al estar a su lado me tranquilizaba y todo me brillaba al igual que sus ojos: es adictiva, ¿es una droga acaso?  Cambia mi vida, le decía, reía y respondía que  mi vida así está bien, y seguíamos ese largo andar que no tenía final. Luego, no sé cómo ni porqué, terminamos en la cama  —en actos ¿fornicatorios? ¿masturbatorios?— como perros rabiosos arrancándonos placer uno del otro, queriendo sentirnos un poco más. No sé si al final logramos nuestro objetivo, yo quería que tú formases parte de mi vida, que seas mi compañera, solo atinaste a susurrar “ya nada será igual, no lo hubiésemos hecho”, me sentí culpable, soy un tonto, ahora ya sabes porqué siempre termino arruinando lo que inicio, no ha pasado de esta forma antes. Salimos a la puerta, ya no me querías tener cerca de ti, solo deseabas que me largase en el acto, lo supe, pero fue mejor callar. Me despediste sin el menor aprecio y supe, mejor digamos que lo sentí así, que fui una puta más, a esas que las despides en la puerta después de que ha hecho su trabajo y cobrado sus respectivos honorarios. Quiero ponerle un punto a esta historia, ¡no puedo!, solo sé que seguirá para bien  o para mal, pero que no terminó solo en una noche, como si alguien fuese el cliente del otro…